Las llamadas a mi móvil

Las llamadas a mi móvil

Hace un tiempo, estaba yo frente al ordenador, como ahora, y tenía mi móvil al lado, quietecito, callado. Mi marido estaba sentado frente a la tele y sonó su móvil. Me llamó:
– ¿Por qué me estás llamando?
Puse cara de pócker.
– Yo no te estoy llamando.
– Mira. Me estás llamando.
Me enseñó su móvil, allí ponía «Anika».
Miré mi móvil, lo levanté y se lo enseñé:
– Mira mi móvil, está aquí. No te estoy llamando.

Hasta aquí es raro pero cualquiera diría que podría haber una explicación (yo misma), sin embargo hacía un par de días que había muerto una persona de mi entorno. Esto fue por Navidad.

El otro día sonó el móvil. Era una escritora de la que hacía muchísimo que no sabía nada. Me sorprendió su llamada.
– ¿Quién eres? -me preguntó.
– Anika. ¿Pero no me llamas tú?
– ¡Ah, hola Anika! Es que tengo una llamada perdida tuya.
– No te he llamado. El móvil está aquí pero no te he llamado.
– Chica, pues tengo una llamada perdida, en fin ¿cómo estás?..
… charla personal.

Colgamos.
Al rato le escribo un e-mail. Buscaba una razón para esa llamada. «Pues igual fue mi hija quien te llamó». Esa fue la razón que dí, claro que mi hija tiene tres años, y para llegar hasta el telefóno de esta mujer y hacer esa llamada habría tenido que hacer muchos pasos y por el camino lo lógico es que hubiera llamado a alguien del inicio del abecedario, o del final (no era el caso).
Quedamos en que «podía» haber sido mi hija.

Pero esa tarde-noche me suena el móvil. Era ella, la escritora. Oigo hablar a dos mujeres, me da la sensación de dos personas que van de compras, por suponer… La llamo a gritos para que mire el móvil y viendo que ha sido un error, cuelgo.

Pienso por un segundo en lo que me pasó la otra vez, que hubo un muerto relacionado con la extraña llamada de mi propio móvil. Lo olvido.

Le escribo un e-mail entre risas. Le cuento, además, que me pasan cosas raras con los móviles, como que en una ocasión tuviera cierta relación con la muerte de una persona allegada a mí. Le cuento cuándo fue la llamada y mando el e-mail.

La misma tarde recibo otra llamada. Lo mismo, pero esta vez del móvil de mi hermana. La oigo hablar, o eso supongo, pero ella no me oye. La llamo y se lo digo. Deducimos que el móvil se conectó solo. Le recuerdo lo que me pasó con la otra persona, y también le recuerdo lo que me pasó con él móvil en Navidad.

La escritora me contesta.
«Imposible» – me dice- «A esa hora estaba en un congreso de escritores y tenía el móvil apagado».

Hacemos cuentas, horarios, y ella insiste. No podía haberme llamado ni por error. El móvil estaba apagado. No doy crédito.

Unos días más tarde ocurre un accidente en el metro de Valencia. Llamo a mi familia y me despreocupo. En mi familia están todos bien. Lo olvido. Quedaban por identificar un hombre del que no habían reclamado el cuerpo y una mujer.

De pronto recibo una llamada. Un amigo mío había muerto en el tren. Era el hombre del que no habían reclamado el cuerpo. Tenía la cara destrozada. Y coche nuevo. El no cogía el metro, además tenía coche nuevo, no había motivo para coger ese tren. No reclamaban el cuerpo porque nadie podía sospechar que hubiera cogido el metro. No tenía sentido.

Su familia y mi amiga -su mujer- llevaban dos días buscándolo. Al final alguien decide que hay que buscar en hospitales, y a las 6 de la mañana descubren que el cadáver del hombre era el de mi amigo.

Y yo no puedo evitar recordar esas llamadas al móvil que nadie me hizo y que yo no hice, pero que vuelven a parecer un aviso del más allá. Y sobre todo, que cuando ocurrieron, pensé que esto podía haber pasado, es decir… «¿y si alguien ha muerto?» Lo pensé. Y sí, era un aviso: alguien iba a morir.

……………..

Joder, acabo de recordar algo…

Años antes, cuando vivía en otro pueblo, una noche recibí una llamada. La cogí extrañada. No sabía de dónde venía. Se oía a un par de personas, pero no hablaban conmigo, era como susurros. Y me pareció oir risas y lloros. Llegué a pensar que era mi hermana y grité su nombre. Nada.

Pocos días después falleció mi suegro.
Acabo de darme cuenta.

No lo dije entonces pero… esos días se complementaron con ciertos golpecitos en la pared, y cuando ponía la oreja en la pared, los golpecitos se acercaban a mi oreja, como si alguien estuviera dando golpes con un dedo y el dedo se acercara a mí. Debo reconocer que en una de esas me acojoné porque no encontré el origen visible y decidí subirme al salón con mi marido.

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